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Martius

Entrevista a Cayo Julius Cesar Idibus martius

Hoy, a día 14 de marzo, nos encontramos en Roma, capital de la República y, para qué engañarnos, del mundo. La razón por la que nos encontramos aquí no es tampoco casualidad, pues hemos venido a entrevistar al héroe de guerra, pontífice máximo y dictador de Roma. Exacto, Cayo Julio César le ha concedido una entrevista a nuestro humilde a la par que glorioso periódico. Éste nos acoge en su casa, en la que reside cuando no se encuentra en campaña. El entrevistador, Plinio, se sienta ante César

-Salve, César.

-Salve.

-He de darle las gracias, Julio, por acogernos en su humilde morada. ¿Vive usted solo?

-No, estoy casado, vivo con mi esposa, Calpurnia. Y llámame Cayo, por favor, no hay necesidad de ser tan formales.

-Cayo, pues. Calpurnia, su esposa, ¿cómo cree que se sentirá al estar casada con el hombre más famoso de Roma?

-(César se ríe antes de contestar) Si te soy sincero, a mí me intimida mucho más la idea de estar casado con ella. ¡No es fácil estar a la altura! -(Nuestro entrevistador se ríe por la gracia y desparpajo con la que César habla de su esposa) Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, ¿verdad? En fin, se ha ganado usted una gran popularidad con sus recientes leyes anticorrupción, ¿qué opina al respecto?

-Verás, Plinio, el gran problema de la República a día de hoy es sin duda alguna la corrupción de los patricios. No puedes hablar de la libertad del pueblo si robas al contribuyente, ¿me explico?

-Entiendo perfectamente, pero, ¿no le asustan las repercusiones que pueda haber en contra de su persona?

-Hijo, una vez has estado en campaña tanto como yo, empiezas tal vez a ser más confiado, pero si algo aprendí de mi padre es que siempre uno ha de hacer lo correcto, sin importar lo que pueda pasar.

-Según he oído, su ahijado, Bruto, se ha demostrado públicamente en desacuerdo con algunas de sus posturas.

-Mi querido Bruto puede pensar lo que él quiera, este es un país libre, ¿no? ¡Los Dioses bendigan la República de Roma!

-¿No le asusta que intente hacerle algo, desacreditarlo?

-¡Por los Dioses, no! Mi Bruto no es de los que apuñalan por la espalda, se lo aseguro. Y si algún otro lo intentara, tendría que vérselas con mi fiel Marco Antonio.

-¿Y qué hay de su guardia?

-Me temo que la he dejado a la entrada de la ciudad, no veo necesidad de llevarla conmigo. ¡Ni que fueran a atacarme! Además, como bien sabrás, va en contra de la ley que el ejército, o cualquier banda similar, pase a la ciudad.

-Está a punto de emprender otra campaña, ¿no es así?

-Sí, contra los partos, allá en Oriente. Mis tropas ya me esperan, pero lo demás, ¡es Idibus martius -V- secreto de estado!

-(Ambos ríen) Después de derrotar a Pompeyo, le resultará pan comido, supongo. Pero una cosa es la guerra y otra la política, ¿tiene planeado algo para acallar a sus detractores en el Senado?

-No creo que sean un gran problema, pero mañana mismo hay convocada una reunión en el Senado, para discutir minucias.

-¡Mañana son los idus! ¿No tiene pensado celebrarlo?

-Hijo, me temo que soy un hombre ocupado para esas cosas. Una sonrisa triste se dibuja en el rostro de César mientras responde a la pregunta de Plinio.

-¿Teme que pueda sucederle algo mañana?

-No, para nada. Mi mujer, por otro lado, piensa que no debería ir. “Tengo un mal presentimiento, Cayo”, me dice. “Calpurnia, un mal presentimiento no es razón suficiente para que no vaya a trabajar”, le respondí. Honestamente, ¡ni un ciego adivino con una lista llena de conspiradores me haría acobardar! Muchos me deben la vida, y nada me pasará mientras esté con Marco Antonio y mi querido Bruto. César se muestra seguro ante la pluma de Plinio.

-Bueno, Cayo, ha sido un placer tenerte hoy en el periódico. Me temo que no nos quedan más preguntas. Sin duda, será revelador para muchos lectores.

-Cuando vuelva de mi campaña, estaré complacido de ofreceros una entrevista relatando en ella todas mis peripecias. ¡Adiós!

CÉSAR, ASESINADO EN LOS IDUS Postridie Idus martius

Romanos... César ha muerto. Según los reportes de la Guardia Pretoriana (creada por Octaviano tras el asesinato de su tío abuelo), su cuerpo había sufrido cerca de 40 puñaladas, muchas “hechas a posteriori y a mala leche”, declara uno de los guardias. Según testigos presenciales, el pontífice ni bien entró al senado cuando “una panda de energúmenos” se abalanzó sobre él daga en mano. “Yo lo vi todo”, declara un adivino ciego que vive a las puertas del senado dando malas noticias a todo el que se encuentra, “eran cerca de sesenta. ¡No! Eran más de seiscientos. Todos se le echaron al pobre Cayo encima (yo ya se lo advertí), y él se defendió lo mejor que pudo, arrancando un par de cabezas”. Otros testigos más fiables y con mejor capacidad ocular afirman haber visto a entre treinta y cuarenta hombres apuñalando a Cé- sar. Previamente, un conspirador había retirado a Marco Antonio de la compañía del César poco antes de que éste entrase al Senado. Al parecer, logró herir a un par de sus agresores con un stylo, antes de que le llegara la muerte. “Yo nunca he estado ni a favor ni en contra de César, pero ¡ahí se pudra!” declara Lucio Minucio Basilo, gritando algo sobre que de todas formas se merecía esa provincia. Bruto, al que al parecer César quería como a un hijo, parece haber sido uno de sus principales asesinos. “Le dije que no fuera, que se quedara en casa...”, lamenta Calpurnia, esposa de César. “Si preguntan a un servidor, lo hicieron esos canallas del Acta Diurna”, ha declarado Quinto Juliano Máximo, editor en jefe de nuestro ilustre tabloide. “Pues sí, (risa malvada), en efecto, ¡lo hicimos nosotros! Y mañana, ¡a secuestrar primogénitos!” se ha oído decir de una fiabilísima fuente al editor en jefe de Acta Diurna, hombre de dudosa reputación con incuestionables raíces cartaginesas y además, ferviente seguidor de Pompeyo. El dictador fue encontrado con la toga sobre su cara y sangrando a los pies de una estatua. Su heredero, Octaviano, ha condenado a muerte a todos sus asesinos y ha afirmado que no descansará hasta que el peso de la justicia caiga sobre ellos. Marco Antonio ha mostrado su incondicional apoyo a las palabras de Octaviano. “Y bien Augusto se ha debido de quedar”, ha comentado en un tono jocoso. Convenientemente, César tenía agarrado un informe en el que figuraban los partícipes de tan asquerosa y vil traición, entre los que se encontraban Bruto, a quien César tenía por uno más de la familia; Casio, que luchó junto a César y se encontraba resentido porque no obtuvo ningún puesto de importancia; y Casca, que siempre estuvo en contra de César. Estos hombres se hacían llamar a sí mismos “Liberatores”, pues tenían a César por tirano. “Eran los liberatores, ¿no?”, ha dicho hoy Marco Antonio en público, “Pues es hora de que alguien libere sus almas de su prisión corpórea”.

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